20 abril 2010

Postvanguardia

Es tiempo de despertar

Hemos visto ya el trayecto que se articula entre la vanguardia (último momento de la modernidad) y la posmodernidad (todo un nuevo tipo de sociedad). Sin embargo, sería interesante considerar un fenómeno que no está del todo aislado de nuestra línea del tiempo: la postvanguardia; la cual podemos considerar como otra estación crítica de la modernidad, al lado del romanticismo y la vanguardia, pero que se ciñe principalmente a la década de los 50 estadounidenses.

Realicemos una muy breve línea del tiempo. De 1920 a 1940, la vanguardia trata de revertir la institucionalización del arte que se llevó a cabo en la sociedad burguesa decimonónica. A la par de esto, el modernism norteamericano, 1930-1950 (gestado, curiosamente, en Europa), realiza su parte en el ámbito americano, teniendo una gran influencia en la literatura siguiente (en la de nuestro boom, por ejemplo). Sin embargo, estas dos nuevas lógicas subversivas se institucionalizan, entre otros factores, a causa de la mercantilización.

Es aquí cuando surge el posmodernism (postvanguardia), el cual intentará subvertir los ya institucionalizados vanguardia histórica y modernism. Este fenómeno significa un verdadero movimiento de contracultura (desarrollado por una serie de jóvenes constituidos en dos bandos, por un lado los hipsters y por otro los beatniks), movimiento que se constituye en la bien conocida generación beat norteamericana, cuyo máximo anhelo era alcanzar un arte no mediado por el intelecto.


La noción de beat (golpe) radicaba en producir tal conmoción en el espectador, que éste despertara de su letargo consumista y buscara otros medios de adquisición de lo real (proyecto que la generación beat buscaría en las drogas y en las filosofías occidentales, principalmente). El cometido de esta serie de artistas era generar, para sí mismos como para la sociedad, un distinto acercamiento a las cosas, uno que no implicara de manera inherente las deducciones racionalistas institucionalizadas por los medios masivos de comunicación, los cuales esparcen una conducta benéfica para los grandes poderes del mundo, pero nociva para todos los ciudadanos. 


Un ejemplo canónico de esta estética provocadora lo encontramos en el libro El almuerzo desnudo de William Burroughs. Probablemente no hay historia más aberrante que ésta; y, hablando con rigor, diríamos que es erróneo llamarla historia: es en realidad una serie de momento caóticos con pequeños intervalos de lucidez, muy semejante al consumo adictivo de sustancias psicotrópicas; es un texto sin trama, sin organización novelesca, con un principio y un fin más bien físicos que de contenido, con capítulos que no ordenan la narración sino que simplemente ordenan el cambio de rumbo onírico. Este texto es la oscilación pura entre periodos plenamente kafkianos, en los que los sueños adquieren un matiz lógico, y periodos de periodos de mero desplazamiento subconsciente a través de vaselina, coitos, babuinos, esquizofrenia y jarabe para la toz.


En general esta descripción es una alucinación constante en busca de otras realidades, de un distinto acercamiento a lo real. Por medio de diversas sustancias se nos acerca a un mundo en el que no caben ni el orden ni el concierto al que estamos tan acostumbrados, sino que en realidad se presenta la pura plasmación de los fenómenos, “el puro registro de lo que observan los sentidos”, como dice Burroughs hacia el final del texto; no es una novela que tenga la intención de relatar una historia, desarrollar un argumento o entretener al lector: es simplemente un “caleidoscopio de panoramas” que registra otra realidad sin valerse de la organización. Una realidad que ciertamente se arroja en una búsqueda de lo más sórdido, lo más oscuro y lo más obsceno en el ser humano, expresada con una desarrollada estética de lo grotesco. Es un camino en el que el hombre sufre una animalización, se hunde totalmente en la sensualidad y deja de lado la racionalidad, donde se desplaza por los derroteros de la pederastia, la sodomía, la coprofilia, la violación, el asesinato, la pedofilia, el sadomasoquismo, la zoofilia y el homosexualismo exacerbado en sus múltiples facetas. Parecería que el texto quiere herir nuestros sentidos por medio de múltiples sinestesias; parecería que Burroughs con toda esta serie de imágenes hirientes nos invita a despertar de nuestro letargo social.


No hay protagonista en este flujo de la subconsciencia. Todos los personajes son los protagonistas o, mejor dicho, la sociedad enferma es la protagonista. Una sociedad que tiene como drogas a los medios de comunicación, la desinformación y la inacción. Como el espectador de El almuerzo desnudo que nos describe inactivamente su realidad, así nosotros vivimos sólo de manera pasiva, sin acción, en nuestra realidad conformista.

Esto fue una suerte de paréntesis complementario dentro de nuestras reflexiones en torno al cambio de la sociedad moderna a la sociedad posmoderna, la cual será nuestra próxima investigación, ayudados de La lógica cultural del capitalismo tardío de Fredric Jameson.

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