COMENTARIO DESTACADO DE NAKED LUNCH
20 mayo 2012
Nava Rosales, Gilberto Antonio
Teoría de la literatura 6
Comentario a Naked Lunch
23 de Abril del 2012
Gula ciega
Why can't we just admit it
We won't give pause until the blood is
flowing
Tool, Vicarious[1]
Al igual que la Náusea de Sartré, El almuerzo al desnudo genera una
sensación de hastío y hartazgo: un atracón de bulímico (salvo que, aquí no hay
nada qué vomitar: todo son palabras y uno queda harto del lenguaje; el lenguaje
común, ordinario, académico, educado, resulta increíblemente insuficiente, cada
superlativo sabe a insuficiencia: mentar madres, sacar todas las majaderías del
léxico personal, inventarse un lenguaje única y exclusivamente para insultar y
tirar mierda por doquier: ese quizá sería el vómito tras la ingesta excesiva).
En la década de los 60's generó gran polémica (incluso
fue prohibido): se entiende, la moralidad de la época era otra (incluso el
movimiento hippie era tachado como una revuelta, a pesar de no ser violento);
sin embargo, ahora, en una sociedad tan decadente que legitimiza el reggaetón
como un arte apto para todo público (cuando realmente consiste muchas veces en
pornografía lírica auditiva), ya no tiene el mismo efecto contundente de
inducir el vómito en el lector.
Tras las reconstrucciones de violaciones y torturas
mediante autopsias a los cuerpos de mujeres que fueron arrojados a los canales
en Ciudad Juárez[2],
videos pornográficos donde al final matan realmente a la mujer u hombre que han
sido violados o les aplican torturas durante el proceso, películas como la saga
de Hostal, la influencia japonesa mediante hentais del gore más macabro
y explícito (muchos de ellos, doujinshins, creaciones de un fanático a
partir de una serie o personajes existentes); tras todas estas manifestaciones
de brutalidad ficticia en los siglos XX y XXI, Naked Lunch resulta
insípido[3]. Por
supuesto será un golpe (aún actualmente) para aquellos que aunque consumen todo
lo anterior, no lo ven directamente[4]. La
metáfora de no ver lo que uno se mete a la boca, no ver lo que hay en la
punta del tenedor se refiere a eso: The American Way of Life.
Consumismo a tope; en este caso comemos sexo y violencia desde el desayuno
hasta la cena. Los conjugamos desde épocas inmemoriales (Bataille, Las
lágrimas de Eros) y queremos volver a ser parte del ritual (además, vernos
regresar al rito: un afán voyerista hacia nosotros mismos): buscamos ser
protagonistas de nuestra propia película pornográfica.
En la novela se apunta mediante la droga el engranaje
del sistema capitalista: se necesita un consumidor, un adicto; si no lo existe,
se (como políticamente dice el lenguaje de marketing) se detona
la necesidad del producto consumible (en realidad no está muy errado el verbo:
toda necesidad existe en potencia y alejarse de la realidad se ha convertido en
la máxima; la televisión, los filmes sencillos, la música, la literatura, casi
todo arte en realidad tiene esa función actualmente: separar al hombre de su
vida tangible):
—¿Y qué hay más INNECESARIO que la droga si
Tú no la necesitas?
Respuesta: —Los yonquis,
si Tú no te drogas.
El consumo: un círculo vicioso, el uroboros de la
destrucción. Sin embargo, cada necesidad va en aumento. Si en un principio nos
bastaba ver el pie de las damas que caminaban despreocupadas por la plaza,
ahora participar con ellas en plena cópula nos resulta insuficiente (y, sin
embargo, el sexo persona a persona incluso puede perder el deleite que
generaba: hay casos donde la persona sólo puede tener orgasmos masturbándose y
no en el coito con su pareja; y aún así permanece el deseo de la “pequeña muerte”
en compañía conjunta: la necesidad nunca desaparece, se perpetúa la venta del
producto).
Wilde decía que “mientras la guerra sea vista como mala,
conservará su fascinación; cuando sea tenida por algo vulgar, cesará su
popularidad”. Desgraciadamente para esta sociedad lo vulgar y lo malo son
símiles: encuentran redención en el automatismo de las contraposiciones
ideológicas. Se llega a lo que Paz apuntó como el territorio prohibido y
peligroso: el hedonismo puro. Así, no importa qué clase de producto se tenga
que vender para que la máquina funcione: hay que venderlo; al fin que el
consumidor, en su síndrome de abstinencia, no se percatará jamás de lo que se
inyecta en las venas.
[1] ¿Por qué no podemos
simplemente admitirlo? No nos detendremos hasta que la sangre fluya [traducción
mía].
[2] Libros enteros que fungen
como denuncia lo documentan: usan esas reconstrucciones para alzar un grito de
indignación que ahora parece más vigente con el reciente incremento de
feminicidios.
[3] La violencia resulta un
producto que se vende demasiado bien: la violencia, otra droga.
[4] En Clockwork Orange
(película) el protagonista dice que las cosas no se ven tan reales hasta que
las ve en cine. Disfruta más la violencia que él mismo llegó a ejercer cuando
ve a otros haciéndolo. El ver este tipo de situaciones en algo que se considera
elevado, estético, sublime: un mito moderno; genera una
reacción distinta en el lector: le permite ver algo de lo que no tenía ni idea
que estuviera frente a su nariz.
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