02 marzo 2010

Modernidad y Vanguardia (1)

Todo fenómeno tiene su historia

En el curso de nuestras reflexiones hemos observado con cierto detenimiento los fenómenos tanto de la modernidad como del romanticismo, sus características, su ubicación histórica y sus repercusiones en la cultura. Hemos considerado que la lógica cultural de la modernidad fue la imperante desde por lo menos la Revolución francesa, tenindo como primera estación crítica al fenómeno conocido como romanticismo. Ahora es tiempo de entrar de lleno a la segunda estación crítica, conocida como vanguardia.

Como ya hemos señalado con bastante énfasis en otras ocasiones, la lógica moderna lleva a la sociedad y a la civilización a desarrollos muy particulares teniendo la razón como eje conductor supremo. Todas las esferas de la vida (política, economía, arte, etc.) se racionalizan y sistematizan en función de la organización razonada; la vida se vuelve un sistema compuesto de múltiples subsistemas que comprenden una totalidad en sí mismos, a la vez relacionados e independientes respecto de los demás subsistemas.

Podemos denominar a este fenómeno como fragmentariedad integrada. Cada uno de estos sistemas cumple su función a partir de una especialización, esto es, se desarrolla con gran independencia y cumple sólo las funciones que le son propias para que la totalidad marche bien. Este fenómeno va desde la institución más grande y abstracta como puede ser el Estado, hasta el elemento más particular y definido como es el sujeto (el paso del hombre total al hombre fragmentado).


El trabajo fabril es un excelente ejemplo de lo que hemos venido diciendo. El obrero de una fábrica que elabora automóviles, por ejemplo, aprieta un botón repetidamente durante toda su jornada, con lo cual puede moldear una forma, elaborar una pieza, ensamblar otra, etc., de manera que con todas las contribuciones particulares se llega a la construcción del producto final. Sin embargo, cada obrero no desempeñará más allá de una o dos funciones porque de esa manera la productividad aumenta y el trabajo se lleva a cabo con una mayor eficacia. A este fenómeno se le conoce como división del trabajo, la cual lleva a otro fenómeno llamado especialización.


Así como con la fábrica y el obrero, así pasa en todos los ámbitos de la sociedad. El arte no es la excepción. Hacia finales del siglo XIX europeo (es decir, en la sociedad burguesa ya plenamente constituida) se da el fenómeno del esteticismo, l´art pour l´art, que no es otra cosa que una superespecialización del terreno del arte, hasta el punto que éste ya no posee ninguna función social y se encuentra absolutamente desvinculado de otras esferas de la vida como son la política o la praxis de la vida cotidiana.

Este es el estado de la cuestión artística cuando las vanguardias hacen su aparición. La vanguardia como tal sólo pudo aparecer una vez que la esfera del arte se especializó tanto como para poder ser plenamente autorreflexiva, es decir, para poder ya no mirar hacia afuera sino sólo hacia adentro de sí misma, de manera tal que pudo surgir lo que conocemos como autocrítica.

Con autocrítica, los autores (Peter Bürger, por ejemplo) se refieren a que el arte es capaz de hacer un examen sobre sí mismo, pero no en el sentido de una crítica de esta u otra corriente estéticas, este o aquel autores, el contenido de una u otra obras, sino una verdadera acción crítica dirigida a la totalidad del arte como institución, es decir, como subsistema social. En la vanguardia es la primera vez en la historia de Occidente en que se piensa que la situación contemporánea del arte es producto de todo un desarrollo histórico y no algo dado por su "naturaleza".

Con la vanguardia se piensa por primera vez en el arte como serie de prácticas institucionalizadas que son susceptibles de transformación. Con prácticas nos referimos a la manera como se produce y se distribuye el arte, las ideas estéticas dominantes y la recepción del arte en función de éstas. En la producción se pondera la forma y los medios de producción por encima del contenido; en la recepción se superpone el cumplimiento de la necesidad sensual inmediata por encima de la profunda utilización vital de la experiencia estética: el individuo tan especializado ya no puede integrar su experiencia con el arte a su vida cotidiana.

Tal es el estado del arte a finales del siglo XIX: una esfera superespecializada, autorreflexiva y desvinculada de la praxis social, resultada del desarrollo pleno de la sociedad racional. Las miras profundas de la vanguardia en los comienzos del siglo XX serán invertir este estado del arte y regresarlo a la integración con la vida cotidiana.

1 comentarios:

radanlabadie dijo...

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